miércoles, 5 de noviembre de 2008

Cómo acabar con ETA

Ojala me equivoque, pero no veo a la banda dejando las armas y marchándose a hacer política. No lo veo.

Hubo un tiempo no muy lejano en el que ETA no mataba. Todo se concretaba buenas palabras. A Jesús Eguiguren se le conocía como ‘el negociador’ y a Arnaldo Otegi como ‘hombre de paz’ que lucía una piel de cordero. Nadie pensaba entonces que la banda terrorista, la misma que había asesinado y roto vidas y familias por doquier, pasase de la noche a la mañana del afán de matar al deseo de negociar una salida a ‘su conflicto’.

Muchos se lo creyeron. Y se reunieron con los terroristas. Hablaron de todo y de nada. El presidente del Gobierno se atrevió a decir, por aquel entonces: “Dentro de un año estaremos mejor que hoy”. Corría la Navidad de 2006. Pocas horas más tarde, los asesinos volaron la Terminal 4 de Barajas con una furgoneta cargada de explosivos. Resultado: dos muertos.

Tuvieron que pasar seis meses más para que ETA anunciara una ruptura de su ‘alto el fuego’ que ya se había producido en el asesinato del aeropuerto. De pronto, el Gobierno cambió de discurso, y los que antes eran ‘negociadores’ de la izquierda ‘abertzale’ se convirtieron en etarras. ¡Qué variación! Es como si, salvando las distancias, Garzón pasara de adalid de la exhumación de fosas franquistas a convertirse en el defensor de los represaliados por la República y anunciara que va a sentar en el banquillo a Carrillo.

Dos años después de la ruptura de la tregua, pensaba que las aguas habían vuelto a su cauce. Es decir, que los terroristas son asesinos, que su único destino es la cárcel y que toda la contundencia de la ley caería sobre ellos. No obstante, dos hechos ocurridos hace pocos días han hecho saltar mis alarmas.

Por un lado, Eguiguren ha presentado su nuevo libro ‘El arreglo vasco’. El presidente del PSE ha reconocido abiertamente (así, sin tapujos), y en varias ocasiones, que el proceso de paz “mereció la pena” y que su partido no renuncia a lograr “un acuerdo intermedio” como solución, “si algún día fuera posible”.

Me gustaría preguntar a Eguiguren qué opina de los asesinatos a sangre fría de Isaías Carrasco, de los dos Guardias Civiles en Capbreton, o de Luis Conde. ¿Tan ajenas le tocan estas muertes? ¿Qué le viene al corazón cuando los asesinos, con los que él se ha sentado, disparan contra un ciudadano por el único hecho de militar en un partido político o de ganarse la vida al servicio de la Guardia Civil o del Ejército? Me asalta la duda de qué debe sentir Eguiguren en esos momentos.

El segundo de estos hechos que quiero desvelar aquí, me preocupa más. Escenario: sede de Interior. Momento: rueda de prensa de hace dos martes en la que el ministro explicó las detenciones de cuatro miembros del ‘comando Nafarroa’. Protagonista: un trabajador del Ministerio, con información privilegiada. Sus palabras: “Estamos presenciando los últimos coletazos de ETA”.

Y me pregunto en qué se basará este supuesto ‘gurú’ para afirmarlo. Pero me provoca escalofríos. Con ETA sólo cabe una salida: dejar las armas. No son factibles las negociaciones, los acuerdos o las salidas intermedias. Es una obviedad que se repite en tertulias y congresos, pero quienes nos dirigen la olvidan a menudo. Y eso preocupa.

Ojala me equivoque, pero no veo a la banda dejando las armas y poniéndose a hacer política democrática. No lo veo. La base social con la que cuentan es aún potente y numerosa. Esos apoyos parecen hacer imposible un fin terrorista a medio plazo.

Mientras, sólo nos queda una opción: el trabajo de las Fuerzas de Seguridad, el Estado de Derecho y la unidad de todos. Y un consejo a estos presuntos teóricos del terrorismo etarra: ‘en boca cerrada no entran moscas’.

Publicado en El Confidencial Digital el 5 de noviembre de 2008.

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